Me parecía casi un delito,
robarle a los amaneceres su esencia, la paleta de colores pastel. Así que esta
vez, dejé que se apoderaran del amplio cielo gris.
Envidio, entre otras cosas, la
simplicidad en lo cotidiano, los tomates con tierra, el pan en horno de piedra,
el darle la espalda a un sol que se pone por el oeste, cae sobre el mar y se
desvanece entre líneas… la pérdida de la noción del tiempo.
No se vive de amaneceres, claro
está, o no está tan claro…¿verdad?