La elegancia es un duro adiestramiento, una pose ficticia, impropia de
los más pequeños. A nosotros, muy perfumados y muy guapos los domingos a medio
día, ganas nos daban de saltar en los grandes sofás del enorme salón, pero era pecado.
Yo fisgoneaba todo,
minuciosamente, sin tocar,…,quizá desarrollé en su casa una de mis virtudes,
si así puede considerarse ser observador.
Existen abuelas, que pellizcan y
besan los mofletes de sus nietos hasta escuchar “aiiii”, yo no es que lo echara de menos, sencillamente, no era el
caso. Tampoco abuela era el término
adecuado, “abuelita” estaba mejor, abuela pequeñita.
Envidio su perseverancia hasta el
final, nieve, llueva o granice. A catástrofes ha sobrevivido. Práctica o no,
ella nos intenta cuidar a su manera. Lamenta a menudo, no haber hecho las cosas
de otra forma, regresa al pasado, lo esboza con una soltura que muchos quisieran,
detalla esas escenas con una perfección que trastoca al oyente y suele preguntarse…¿pero yo había nacido? , sólo por
situarse en la década correcta. A ratos lamenta en demasía, quizás lo de abuelita le reste energías, y ella no se ha dado cuenta...
Por sus raíces castellanas de versos se nutre, siempre la recordaré recitándome éste:
«¡Beban otros las burbujas
de esa champaña extranjera!
¡Yo prefiero las agujas
del vino de la Ribera!
Sin desdeñar lo extranjero
en vino y arte prefiero
lo netamente español.
Me gusta la manzanilla,
las mujeres con mantilla
y el rasgar de una guitarra
bajo el toldo de una parra
en una tarde de sol.
Y en la austeridad severa
de una estancia castellana,
sorprender una mañana
toda el alma de Castilla
dentro de una serranilla
del Marqués de Santillana
y en la gracia soberana
de una estrofa de Zorrilla.
¡Oh, Castilla, mi Castilla!
mi rancio suelo español...
mis romances de Zorrilla,
mi caña de manzanilla
hecha con hebras de sol.
Te aseguro que no envidio
otras patrias ni otros cielos,
yo prefiero, como Ovidio
el solar de mis abuelos.
Cambio toda la elegancia
de tus vestidos de Francia,
todos los ricos tesoros
de tus plumas o tus pieles
por el ramo de claveles
que tú llevas a los toros.
Más que todos los sombreros,
más que todas las diademas
que inventaran los joyeros,
me gusta la maravilla
del marco de tu mantilla,
cuando te miro apoyada
sobre una capa bordada
tendida en tu barandilla
de delantera de grada.
Me gustas por lo arrogante,
me gustas por tu constante
desplante de chulería,
me gustas por cariñosa,
¡me places por religiosa!,
me seduces por celosa
y me encantas por bravía.
Te quiero por tu alegría,
por tu gracia macarena,
por tu mirada serena
y tus labios de amapola,
te adoro por ser morena
y porque eres…¡española!»