Hace cuestión de un par de años, mirábamos como acontecían, durante el atardecer de un día de verano, una serie de brincos desde una roca, a modo de trampolín, hacia el mar. Profesor y alumno, sí, citémoslos así.
El alumno realizaba la ejecución de cada uno de los saltos a la perfección, al menos eso nos parecía. El profesor lo observaba atentamente desde el pequeño acantilado y una vez que su pupilo lograba escalar a la orilla y le dirigía sutilmente la mirada, éste le sugería una y otra vez: “El salto está bien pero…te falta equilibrio”.
En su día me tomé las correcciones de aquel profesor a broma, quizá tenía mucha razón.