"Ella, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir. Siempre fue bella, pero, cuando la conocí, era tan bonita, inteligente y atractiva que tenía alrededor un centenar de moscones. Yo tenía un par de años más que ella, pero nos enamoramos, en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí. Eso duró mi historia sentimental.
Ella era incapaz de rencores, hacía un gesto: se colocaba un hilo blanco en el dedo meñique para marcar sus enfados. Si el hilo se caía, olvidaba sus motivos de enojo. Me absolvía. Era todo cariño, tan lejos del rencor, que a veces no recordaba por qué se había atado el hilo en el dedo. Su encanto, su entrega, su disponibilidad; cuando una persona entra en uno, se hace indispensable y no es fácil olvidarla. El amor llega a ser una costumbre y no reparamos en sus efectos. Por eso yo lamento no haberle dicho a tiempo cuánto le amaba y cuánto la necesitaba. Era un sentimiento de pérdida tan hondo que no me consolaba de haberlo silenciado. Antes de morir ella dijo: En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años; hay quien no logra serlo 48 horas en toda una vida. De la foto de Ángeles quinceañera que abre mis obras completas volví a enamorarme cada vez que la veía. Así pasó este último año, esperando que amaneciera para mirar su fotografía."
Letras de Miguel Delibes en Mujer de rojo sobre fondo gris.