Al conocerla, le dije que dominaba
bastante su idioma, pero me frunció el ceño en señal de disgusto, peligraba su
aprendizaje del andalú, y no quería
perder su tiempo. Su tiempo es oro y lo organiza como tal.
Le encantan los dichos, los
refranes, las frases hechas, se adapta de forma camaleónica a cualquier
situación, si no se puede dormir, pues no se duerme, si hay que sufrir, pues a
sufrir se ha dicho, pero no le aplaces el comer,…, chirimoyas, queso, peces,
carnes, pastas, ali-oli, disfruta de dichos manjares con la sonrisa de un niño,
los saborea.
Natural de Emilia-Romaña, llegas
realmente a conocerla un poco mejor cuando visitas “el Pórtico”, su casa, allí si que se come en familia, en familia
de verdad. Diez o quince comensales se despachan a su antojo sin diferenciar
adultos de mayores.
“Ragazzi a tavola!” te reclaman desde la lejanía del comedor cuando
la mesa está puesta, y a mí, me gusta tardar un poco, queriendo, para que se
vuelva a escuchar esta vez un poco más fuerte “RAGAZZIII A TAVOLAAA!!!”, me encanta, disfruto.
Los más peques, los “fantastici quattro” corretean alrededor
de la mesa cuando terminan, entre risas, peleillas y porrazos, a mi no me
molestan para nada, me preguntan cosas interesantísimas y a veces me da rabia
no saber cómo responder, porque el idioma no me da para tanto. No conocen la “j” , no les suena bien, me llaman Cof-cof...les oleré a café, sólo y sin
azúcar, el de después de comer.
Todos, a su manera, me han hecho
estar tardes enteras más a gusto que en casa de familiares cercanos, incluso que de amigos, incluso más encantado que en mi propia casa, son realmente especiales.
Con ella me han pasado anécdotas
de todos los colores, algunas también en blanco y negro, de las que no se
olvidan, de las que sujetan con nudo marinero ciudades tan dispares como Carpi
y Melilla, de las que tempestades no se atreven ni a romper.
La última vez, ella estaba algo
ausente, sus ojos pedían ayuda o consuelo, pero parecía no ser el momento, no
importa, los habrá. Los habrá mejores.