Su infancia es sencilla, va contando momentos felices con granos de
arena. Los guarda en una bolsa infinitamente pequeña donde, en cambio, cabría
lo infinitamente grande. Su felicidad no se refleja en las pupilas azabache
porque no ha calado hondo; hondo han llegado el hambre, la madurez temprana, la
falta de recursos. La picardía para encontrarlos. Quizá vive impregnado por la
tristeza. Por una melancolía rotunda de ir más allá de donde su vista alcanza a
distinguir.
Las dos motas de su mirada es lo más parecido que tiene a los sueños y
a la esperanza: ilusión de que este retrato llegue lejos para enseñarnos una
realidad que no es la nuestra pero de la que somos cómplices. Y nos grita,
apretando los labios, que le salvemos… pero nadie se mueve. Todo lo llena un
silencio en blanco y negro.
Letras de Verónica Criado en Tardes
de humo y vino.