Poco
a poco, ya logro caminar, voy trastabillándome con todo. En el cambio del trote
al galope, me desplomo y vuelvo a caer. Tropiezo. En pie de nuevo, me asemejo
al soldado que no coge el paso en el desfile, se me nota, se me nota a leguas.
Me
abrasa el calor, al sonrojarme agarro las crines, con fuerza, y abrazado a su
cuello consigo afianzarme en los estribos, la arritmia disminuye, muy despacio. Los cascos adquieren el compás deseado: “clock-clock clock-clock
clock-clock” el ritmo contra el pavimento me envuelve y
tranquiliza…me fascina ese sonido.
No
es el galope de Atila, pero me es
suficiente. Al menos, voy a caballo.